Santo Sepulcro. Introducción
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El hecho histórico que está a la base de este tema, que a
continución se expone, lo encontramos relatado en cada uno de los cuatro
evangelios; aquí presentamos un párrafo de la versión según san Juan:
En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un
sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues,
porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca,
pusieron a Jesús. El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada
al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.
Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús
quería y les dice: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde
le han puesto." Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al
sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más
rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro.
Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón
Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el
sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar
aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al
sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la
Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.
(Jn 19,41-20,9)
Orígenes (siglo III) reporta, como de origen judía, la tradición relativa al
sepulcro de Adán en el mismo lugar de la crucifixión de Jesús (Gólgota o
Lugar del Cráneo): "de modo que, como todos mueren en Adán, todos puedan
resucitar en Cristo". Un pequeño ábside al pie del Calvario (Capilla de
adán) perpetúa este antiquísimo recuerdo de naturaleza simbólica. Eusebio de
Cesárea, antes de los trabajos (327-335) emprendidos por orden del emperador
Constantino, admite: "El lugar del Cráneo, donde Cristo fue crucificado,
todavía hoy se muestra en Aelia, al norte del monte Sión", y esto no
obstante que un culto idolátrico (de la diosa Venus/Afrodita) se había
apropiado del lugar desde hacía mucho tiempo. Una cruz de mucho valor, que se
perdiera en posteriores saqueos, no tardó en tomar lugar en la cima del montículo
rocoso, considerado por los cristianos el ombligo o centro espiritual del mundo
(Cirilo de Jerusalén, siglo IV).
Eusebio de Cesárea (hacia el 340) refiere detalladamente las circunstancias que
llevaron al descubrimiento de la tumba de Cristo, oculta bajo un poderoso
terraplén del tiempo del emperador Adriano (135 d. C.): cuenta de hecho, cómo
el emperador Constantino (un poco después del 325) había ordenado derribar el
templo pagano y excavar en profundidad "y entonces, contra toda esperanza,
apareció... el venerable y santísimo testimonio de la resurrección salvífica".
Desde entonces, la tumba encontrada permaneció siempre venerada y, hasta la
destrucción ordenada por el califa Hakem (1009) se la podía observar
completamente excavada en la roca, siendo revestida de mármol sólo en el
exterior (Arculfo, siglo VII).
De la basílica constantiniana tripartita (Martyrion, Tripórtico y Anástasis)
permanece hoy solamente la rotonda de la Anástasis, aunque muchas veces
restaurada, como un grandioso mausoleo sobre la tumba vacía de Cristo. El resto
de la construcción (el ingreso por el sur, el Catholicon en centro, el
deambulatorio y la capilla subterránea de Santa Helena) es obra cruzada (1141).
El terremoto del 1927 lesionó gravemente el monumento; los trabajos de
restauración, iniciados en 1960, dieron ocasión a ahondar más nuestro
conocimiento sobre la historia y la topografía del lugar del período de
Cristo.
Los franciscanos ofician en la basílica desde el siglo XIV junto con otros
diversos ritos cristianos, con derechos dispuestos, según su placer, por los
sultanes, primero el del Cairo y después (desde 1517) por el de Constantinopla,
hasta el reconocimiento del "Statu quo" (1757 y 1852) orden férreo
que todavía hoy regula la convivencia de las diversas comunidades.