MONTE DE LAS BIENAVENTURANZAS |
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En
este monte hermoso de las bienaventuranzas, fácilmente podemos evocar al
Señor. No
tengamos reparos en pensar que, en cualquier momento, podemos pisar allí
mismo donde Cristo pisó, pero sobre todo, debemos abrirnos a captar y
hacer realidad lo que Cristo aquí enseñó: Las Bienaventuranzas (Mt 5,
1-7). La
Iglesia es del arquitecto italiano Barluzzi del año 1937, y él mismo nos
la describe con estas palabras: «Sobre
las dulces colinas que rodean el lago de Tiberíades, a 150 m. de altura,
al Norte, y que recuerdan el sermón de la Montaña…ha surgido en 1938
el santuario de las Bienaventuranzas. Por
razones estéticas y panorámicas, se eligió la cima para la nueva
Iglesia como lugar teológico de este evento de la vida del Señor. En
la sustancia, da lo mismo. El
lugar primigenio está más abajo, en la ladera, cerca del lago, donde hay
unas pocas ruinas, frente a la Iglesia del Primado. La
Monja española EGERIA recuerda ese lugar y esta tradición, cuando
escribe, en el s. IV:
«En un monte que está allí cerca hay una cueva, subiendo a la cual pronunció el Señor la bienaventuranzas».
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Aquí encontramos a Jesús como Aquel que anhela vernos felices. Desde este monte Jesús derramó el amor de su corazón sobre sus discípulos. Levantó su voz y proclamó las Bienaventuranzas. Quiere ver felices a todos y proclama que serán bienaventurados quienes siguen el camino que El les ha mostrado. Todos
Sus caminos, si los seguimos con verdadera devoción, producen inmenso
gozo y felicidad. Por lo tanto, bienaventurados los que andan por los
caminos de Jesús. Caminos de mansedumbre, caminos de misericordia,
caminos de pobreza, no codiciando nada en términos de dinero y bienes,
regalos y seguridad, popularidad y reconocimiento. De repente se invierten
los papeles. Los que parecen vivir bajo la sombra de la adversidad son los
dichosos, agraciados por riquezas y sumergidos en la dicha de la gracia de
Dios. Son declarados bienaventurados. Sólo quien elige vivir las
bienaventuranzas puede descubrir esta dicha. Por
lo tanto, desea la pobreza, la mansedumbre y la misericordia; da la
bienvenida a la persecución y a la calumnia por el seguimiento de Cristo.
Escoge este camino, y serás contado
entre los que Jesús llama bienaventurados, a los que Él
hace realmente felices porque derrama sobre ellos la plenitud de su
amor y gracia. Bienaventurados
los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo
5,3).
¿Quién
hace, Jesús, feliz como Tú? (Texto
de una placa a la mano derecha del descansillo, en el camino de la iglesia
hacia el hospicio)
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