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San Francisco de Asís
viajó ciertamente a Oriente, donde permaneció varios meses de la segunda
mitad de 1219 y la primera de 1220. En Damieta (Egipto) se encontró con
el sultán Malek-el-Kamel. Aquel encuentro significó el comienzo de un
nuevo espíritu en las relaciones de la Cristiandad con el Islam, el espíritu
de diálogo y comprensión que el Santo inculcó en su Regla a los frailes
que eran enviados a la misión entre infieles: misión con el testimonio
de la propia vida, antes que con la palabra.
La tradición quiere que San Francisco, en dicho viaje, llegara a la misma
Tierra Santa. Sin entrar en indagaciones de crítica histórica, lo que
cabe decir es que el Santo no pudo ver satisfecho su ardiente deseo de
visitar los Santos Lugares que Cristo santificó en su vida y su muerte:
Jerusalén, Belén, Nazaret, etc. En cualquier caso, el amor especial de
la Orden Franciscana a Tierra Santa se remonta al mismo Fundador, quien
supo infundir sus propios sentimientos en los frailes sus hermanos. De
hecho, aún en vida del Santo, el Capítulo general de 1217, que dividió
la Orden en Provincias, ya instituyó, como expresión de su voluntad y de
su ilusión misionera respecto a los Santos Lugares, la Provincia de
Tierra Santa, confirmada en 1263 por el Capítulo general de Pisa. La
presencia franciscana en Tierra Santa, que con diversas vicisitudes se ha
mantenido siempre, adquirió estabilidad y carácter oficial de parte de
la Iglesia en 1342, año en que el papa Clemente VI promulgó dos Bulas:
la «Gratias agimus» y la «Nuper carissimae», en las que encomendó a
la Orden Franciscana la «custodia de los Santos Lugares». Cuando
recientemente, en 1992, se cumplieron los 650 años de tales Bulas, Juan
Pablo II envió al Ministro General de la Orden un mensaje de felicitación
a la vez que de exhortación a perseverar en el encargo recibido de la
Iglesia.
Desde 1333 los frailes estaban establecidos en el Cenáculo, junto al que
habían fundado un convento, y oficiaban en la basílica del Santo
Sepulcro. Todo ello había sido posible gracias a la generosa ayuda de los
reyes de Nápoles, Roberto de Anjou y Sancha de Mallorca, que habían
comprado a los musulmanes el lugar del Cenáculo en el Monte Sión y
pagado por el derecho a oficiar en el Santo Sepulcro.
Con el tiempo, la presencia franciscana fue extendiéndose. Limitándonos
a los lugares más importantes, cabe señalar: en 1347 los frailes se
establecen junto a la basílica de la Natividad en Belén, y en 1485
adquieren el lugar del nacimiento de san Juan Bautista en Ain Karem. Pero
en 1523, tras la conquista de Palestina por los turcos, el Cenáculo fue
convertido en mezquita, y en 1551 los frailes fueron obligados a abandonar
el convento; como dato significativo diremos que actualmente la Custodia
tiene su sede oficial en el convento de San Salvador en la misma Jerusalén,
pero que el Custodio sigue designándose con el título de siempre: «Guardián
de Monte Sión». En 1620 los franciscanos toman posesión del lugar de la
Anunciación de Nazaret; en 1631, del Monte Tabor; en 1641 comienzan a
tratar la adquisición de la zona del santuario de Caná de Galilea que
concluiría, fruto de larga perseverancia, en 1879; en 1661 adquieren la
zona de Getsemaní; en 1679, el santuario de la Visitación, en Ain Karem;
en 1836, el lugar de la Flagelación, y, en 1867, el de Emaús; en 1880,
el de Betfagé; en 1889, el del «Dominus Flevit» y el del Primado de
Pedro junto al lago de Genesaret; en 1894, las ruinas de Cafamaún; en
1909, el campo de los pastores junto a Belén; en 1932, el monte Nebo; en
1936 se consigue un lugar cercano al Cenáculo, inútilmente reclamado
desde la expulsión de 1523; en 1950 se completa la adquisición del lugar
de Betania; etc.
Esta enumeración, aunque incompleta, pone de manifiesto la entrega
permanente al cumplimiento de la «custodia» encomendada por la Iglesia,
y la incansable voluntad de posibilitar el culto en todos los lugares de
tradición evangélica, construyendo o reconstruyendo, según los casos,
los correspondientes santuarios, siempre con nivel artístico, según los
criterios de la época, y, recientemente, con los estudios previos más
rigurosos de arqueología e historia.
No podemos olvidar que todo ello ha sido y es posible gracias a la
cooperación de los cristianos de todo el mundo, que siempre han enviado
generosas limosnas a Tierra Santa. Actualmente esta ayuda llega de modo
principal, aunque no exclusivo, por medio de la llamada «colecta de
Tierra Santa» que, desde 1887, se realiza el Viernes Santo en todas las
iglesias católicas del mundo por disposición del Papa León XIII. Cada año
la Santa Sede recuerda a todos los obispos, y por su medio a los fieles,
esta colecta que viene a actualizar las colectas de las primeras iglesias,
a las que San Pablo estimulaba con fuerza en sus cartas, en favor de la
Iglesia madre de Jerusalén.
Aunque la mayor presencia se da en la estricta «Tierra Santa», la
Custodia se extiende actualmente por las regiones circundantes de
Jordania, Líbano, Siria, Egipto, Chipre y Grecia. Según la última estadística
(1996), viven y trabajan en la Custodia 317 franciscanos, provenientes de
30 naciones. Esta internacionalidad ha sido y sigue siendo una de las
características constantes de la Custodia a través de su historia, ya
que es una misión abierta a todos los franciscanos del mundo, y, en su
legislación, la Orden estimula a que todas las Provincias envíen algún
hermano a Tierra Santa.
Los franciscanos custodian los santuarios cristianos, manteniendo el
servicio litúrgico en los mismos y acogiendo espiritualmente a los
peregrinos que llegan de todo el mundo, a muchos de los cuales guían en
diversas lenguas. Para facilitar esta acogida se ha creado una Oficina de
Peregrinos y un Centro Cristiano de Información.
Hasta el año 1847 en que se restauró el Patriarcado Latino de Jerusalén,
los franciscanos eran los únicos pastores de las iglesias locales de rito
latino, a las que siguen atendiendo en numerosas parroquias y obras
educativas, sociales y culturales.
En los santuarios compartidos y en la pastoral, los hijos de San Francisco
viven el ecumenismo «real y cotidiano» mediante las relaciones, cada día
más cordiales, con los cristianos de otras confesiones; y, a nivel
interreligioso, con los musulmanes y los hebreos. Ese ecumenismo tiene un
nivel cultural principalmente en el Centro Cristiano de Información y en
el Memorial de San Pablo en Damasco, querido por Pablo VI para el
encuentro ecuménico. Y un nivel social, especialmente en Egipto con la
Obra de ayuda a los Coptos.
También es importante la acción cultural de la Custodia; la antigua
farmacia de San Salvador y la imprenta, actualmente la «Franciscan
Printing Press», son un testimonio elocuente entre otros. La actividad
docente e investigadora, especialmente respecto a la Sagrada Escritura,
tiene su principal punto de referencia en el Studium Biblicum Franciscanum
de Jerusalén, del que hablamos brevemente a continuación.
El primer proyecto de creación de una Escuela Bíblica Franciscana en
Jerusalén lo presentó en 1901 el entonces Custodio al Ministro General
de la Orden de los Hermanos Menores. Fue acogido favorablemente, pero no
se aprobó hasta 1923; se inauguró oficialmente el 7 de enero de 1924, y
en el año 1927 fue unido al Colegio Internacional de San Antonio de Roma,
centro de estudios superiores de la Orden Franciscana.
En el primer período de su existencia, de 1924 a 1940, los docentes se
dedicaron sobre todo a la formación de los estudiantes, y las
excavaciones arqueológicas se limitaron al Monte Nebo (Santuario de Moisés)
y a Tabgha (Santuario de las Bienaventuranzas, en el lago de Tiberíades),
mientras las publicaciones fueron más bien esporádicas.
El inicio de la Segunda Guerra Mundial significó el cese de las
actividades académicas, ya que el Centro fue requisado por las
autoridades militares británicas; los únicos profesores que
permanecieron allí, los padres Bagatti y Saller, continuaron la
investigación arqueológica a pesar de la difícil situación en que se
encontraban.
Terminada la guerra, se formó un pequeño grupo de profesores que, dada
la ausencia de alumnos, se dedicaron de lleno a la investigación bíblica
y arqueológica. Las actividades académicas se reanudaron en 1950, y a
partir de entonces se potenció el cuerpo docente y se inició la
publicación anual del Liber Annuus. En 1960 el Studium se constituyó
como sección bíblica del Ateneo Antoniano de Roma, con la posibilidad de
conferir los títulos de Licencia y Doctorado en Teología, y desde
entonces ha ido creciendo tanto en el campo formativo como en el de la
investigación y las publicaciones.
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