Caná nos cuenta algo de la naturaleza de Jesús. Fue tan humilde que durante treinta años vivió en oscuridad como el hijo de -un carpintero, fabricando elementos para la agricultura y entregándolos en las casas de la gente. Pero su autoridad, su gracia y su majestad son tan grandes como su humildad. Esto se torna evidente en el momento en que se manifiesta y comienza su ministerio público. Jesús sólo necesita decir una palabra para que el agua se transforme en vino.

Las tinajas de agua, reservadas para las purificaciones de los judíos, representan la ley. Jesús tiene poder para transformar al agua en vino, es decir, la ley vieja en ley nueva, el mandamiento del amor. Con este gesto se coloca ante los judíos por encima de la ley, no para echarla por tierra, sino dándole cumplimiento. Ya no hay más ley que el mandamiento nuevo del amor, ya no hay agua vieja, sino vino bueno.

Cristo puede transformar toda situación difícil, incluyendo nuestras aflicciones. Puede hacer que lo amargo se transforme en dulce para nosotros. La única condición para que experimentemos su ayuda y milagros es que nosotros también atesoremos en nuestros corazones las palabras "Haced todo lo que os dijere" (Juan 2,5).


Caná proclama que Jesús es el Señor Todopoderoso,  que convierte el agua en vino y que aún hoy, con una  palabra, puede transformarlo todo: la tristeza en alegría, y las montañas de dificultades en sendas derechas. Pero, ¿llevamos a El nuestras necesidades?

(Texto de una placa en la iglesia)