Se ha escrito miles de páginas sobre la manera de rezar  el rosario  y de contemplar sus misterios, lo que viene a continuación es una manera más de hacerlo. 
SANTO  ROSARIO

 

Santo Rosario, publicado por primera vez en 1934, consta de una serie de consideraciones sobre los quince misterios del Rosario (gozosos, dolorosos y gloriosos), para facilitar el rezo de esa oración mariana y la contemplación de esas escenas de la vida del Señor y de su Madre Santísima. El libro concluye con unos breves comentarios sobre la letanía lauretana.

San Josemaría redactó de un tirón esta pequeña obra en 1931, durante la acción de gracias de la Santa Misa. Se publicó en 1934 con objeto de ayudar a los lectores a dirigirse con sencillez y confianza a la Virgen María y, a través de Ella, a la Santísima Trinidad. Porque -como dice en el prólogo- "el principio del camino que tiene por final la completa locura por Jesús es un confiado amor hacia María Santísima". Actualmente, Santo Rosario está publicado en 25 idiomas. Su difusión supera los 700.000 ejemplares.

Como en otros días, ha de ser hoy el Rosario arma poderosa, para vencer en nuestra lucha interior, y para ayudar a todas las almas. Ensalza con tu lengua a Santa María: reparación te pide el Señor, y alabanzas de tu boca. Ojalá sepas y quieras tú sembrar en todo el mundo la paz y la alegría, con esta admirable devoción mariana y con tu caridad vigilante. Nota del autor, Roma, octubre de 1968.
 
 
Prólogo y notas introductorias  Primer misterio gozoso. La Anunciación 
Segundo misterio gozoso. Visitación de Nuesta Señora Tercer misterio gozoso. Nacimiento de Jesús
Cuarto misterio gozoso. Purificación de la Virgen Quinto misterio gozoso. El niño perdido
Primer misterio doloroso. Oración en el huerto Segundo misterio doloroso. Flagelación del Señor
Tercer misterio doloroso. Coronación de espinas Cuarto misterio doloroso. La Cruz a cuestas 
Quinto misterio doloroso. Muerte de Jesús  Primer misterio glorioso. Resurrección del Señor 
Segundo misterio glorioso. La Ascensión del Señor  Tercer misterio glorioso. Pentecostés 
Cuarto misterio glorioso. Asunción de la Virgen  Quinto misterio glorioso. Coronación de la Virgen 
Nota introductoria a los misterios de luz  Primer misterio de luz. El Bautismo del Señor 
Segundo misterio de luz. Las bodas de Caná  Tercer misterio de luz. El anuncio del Reino de Dios 
Cuarto misterio de luz. La Transfiguración del Señor  Quinto misterio de luz. La institución de la Eucaristía 
Letanías  Conclusión. San Josemaría y el Opus Dei 
Prólogo y notas introductorias 
Como en otros días —¡Lepanto!—,
ha de ser hoy el Rosario
arma poderosa,
para vencer a los enemigos
de la Santa Iglesia Romana y de la Patria.
Desagravia al Señor,
ensalza con tu lengua a su Madre:
reparación pide tu Dios,
alabanzas de tu boca,
porque
—y son palabras del Soberano Pontífice,
a su Guardia Noble,
el último día del año 1944—
"la hostilidad de los enemigos de Cristo y de la
Iglesia tuvo en todo tiempo a su servicio no
solamente las críticas malévolas y los asaltos
vehementes, sino principalmente las calumnias
venenosas, las insinuaciones cautas y los rumores
vagos y anónimos, hábilmente difundidos, que no
pocas veces sorprenden la buena fe, incluso de
algunos cristianos ignorantes o crédulos".
Saeta que hiere es la lengua de ellos,
dice Jeremías (IX, 8).
Ojalá sepas y quieras tú curar esas heridas,
con esta admirable devoción mariana
y con tu caridad vigilante.
En el Santuario de Fátima, día 6 de febrero de 1945.
Como en otros días,
ha de ser hoy el Rosario
arma poderosa,
para vencer en nuestra lucha interior,
y para ayudar a todas las almas.
Ensalza con tu lengua a Santa María:
reparación te pide el Señor,
y alabanzas de tu boca.
Ojalá sepas y quieras tú sembrar
en todo el mundo la paz y la alegría,
con esta admirable devoción mariana
y con tu caridad vigilante.

Roma, octubre de 1968.

El rezo del Santo Rosario, 
con la consideración de los misterios, 
la repetición del Padrenuestro y del Avemaría, 
las alabanzas a la Beatísima Trinidad y
la constante invocación a la Madre de Dios, 
es un continuo acto de fe, 
de esperanza y de amor, 
de adoración y reparación.

        Josemaría Escrivá de Balaguer

            Roma, 9 enero de 1973

 
     No se escriben estas líneas para mujercillas. —Se escriben para hombres muy barbados, y muy... hombres, que alguna vez, sin duda, alzaron su corazón a Dios, gritándole con el Salmista: Notam fac mihi viam, in qua ambulem; quia ad te levavi animam meam. —Dame a conocer el camino que he de seguir; porque a ti he levantado mi alma. (Ps. CXLII, 8).

     He de contar a esos hombres un secreto que puede muy bien ser el comienzo de ese camino por donde Cristo quiere que anden.

     Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño.

     Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños.

     Y todo esto junto es preciso para llevar a la práctica lo que voy a descubrirte en estas líneas:

     El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima.

     —¿Quieres amar a la Virgen? —Pues, ¡trátala! ¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de nuestra Señora.

     Pero, en el Rosario... ¡decimos siempre lo mismo! —¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se aman?... ¿Acaso no habrá monotonía en tu Rosario, porque en lugar de pronunciar palabras como hombre, emites sonidos como animal, estando tu pensamiento muy lejos de Dios? —Además, mira: antes de cada decena, se indica el misterio que se va a contemplar.

     —Tú... ¿has contemplado alguna vez estos misterios?

     Hazte pequeño. Ven conmigo y —este es el nervio de mi confidencia— viviremos la vida de Jesús, María y José.

     Cada día les prestaremos un nuevo servicio. Oiremos sus pláticas de familia. Veremos crecer al Mesías. Admiraremos sus treinta años de oscuridad... Asistiremos a su Pasión y Muerte... Nos pasmaremos ante la gloria de su Resurrección... En una palabra: contemplaremos, locos de Amor (no hay más amor que el Amor), todos y cada uno de los instantes de Cristo Jesús.
 
 Primer misterio gozoso. La Anunciación 

      No olvides, amigo mío, que somos niños. La Señora del dulce nombre, María, está recogida en oración.

     Tú eres, en aquella casa, lo que quieras ser: un amigo, un criado, un curioso, un vecino... —Yo ahora no me atrevo a ser nada. Me escondo detrás de ti y, pasmado, contemplo la escena:

     El Arcángel dice su embajada... Quomodo fiet istud, quoniam virum non cognosco? —¿De qué modo se hará esto si no conozco varón? (Luc., I, 34.)

     La voz de nuestra Madre agolpa en mi memoria, por contraste, todas las impurezas de los hombres..., las mías también.

     Y ¡cómo odio entonces esas bajas miserias de la tierra!... ¡Qué propósitos!

     Fiat mihi secundum verbum tuum. —Hágase en mí según tu palabra. (Luc., I, 38.) Al encanto de estas palabras virginales el Verbo se hizo carne.

     Va a terminar la primera decena... Aún tengo tiempo de decir a mi Dios, antes que mortal alguno: Jesús, te amo.
 
 Segundo misterio gozoso. Visitación de Nuestra Señora 

      Ahora, niño amigo, ya habrás aprendido a manejarte. —Acompaña con gozo a José y a Santa María... y escucharás tradiciones de la Casa de David:

     Oirás hablar de Isabel y de Zacarías, te enternecerás ante el amor purísimo de José, y latirá fuertemente tu corazón cada vez que nombren al Niño que nacerá en Belén...

     Caminamos apresuradamente hacia las montañas, hasta un pueblo de la tribu de Judá. (Luc., I, 39.)

     Llegamos. —Es la casa donde va a nacer Juan, el Bautista. —Isabel aclama, agradecida, a la Madre de su Redentor: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! —¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme? (Luc., I, 42 y 43.)

     El Bautista nonnato se estremece... (Luc., I, 41.) —La humildad de María se vierte en el Magníficat... —Y tú y yo, que somos —que éramos— unos soberbios, prometemos que seremos humildes.
 
Tercer misterio gozoso. Nacimiento de Jesús

      Se ha promulgado un edicto de César Augusto, y manda empadronar a todo el mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al pueblo de donde arranca su estirpe. —Como es José de la casa y familia de David, va con la Virgen María desde Nazaret a la ciudad llamada Belén, en Judea. (Luc., II, 1-5.)

     Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (Luc., II, 7.)

     Frío. —Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!...

     Y le beso —bésale tú—, y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Unico, mi Todo!... ¡Qué hermoso es el Niño... y qué corta la decena!
 
Cuarto misterio gozoso. Purificación de la Virgen

     Cumplido el tiempo de la purificación de la Madre, según la Ley de Moisés, es preciso ir con el Niño a Jerusalén para presentarle al Señor. (Luc., II, 22.)

     Y esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda.

     ¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?

     ¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón.

     Un hombre justo y temeroso de Dios, que movido por el Espíritu Santo ha venido al templo —le había sido revelado que no moriría antes de ver al Cristo—, toma en sus brazos al Mesías y le dice: Ahora, Señor, ahora sí que sacas en paz de este mundo a tu siervo, según tu promesa... porque mis ojos han visto al Salvador. (Luc., II, 25-30.)
 
Quinto misterio gozoso. El niño perdido

     ¿Dónde está Jesús? —Señora: ¡el Niño!... ¿dónde está?

     Llora María. —Por demás hemos corrido tú y yo de grupo en grupo, de caravana en caravana: no le han visto. —José, tras hacer inútiles esfuerzos por no llorar, llora también... Y tú... Y yo.

     Yo, como soy un criadito basto, lloro a moco tendido y clamo al cielo y a la tierra..., por cuando le perdí por mi culpa y no clamé.

     Jesús: que nunca más te pierda... Y entonces la desgracia y el dolor nos unen, como nos unió el pecado, y salen de todo nuestro ser gemidos de profunda contrición y frases ardientes, que la pluma no puede, no debe estampar.

     Y, al consolarnos con el gozo de encontrar a Jesús —¡tres días de ausencia!— disputando con los Maestros de Israel (Luc., II, 46), quedará muy grabada en tu alma y en la mía la obligación de dejar a los de nuestra casa por servir al Padre Celestial.
 
Primer misterio doloroso. La oración en el huerto.

      Orad, para que no entréis en la tentación. —Y se durmió Pedro. —Y los demás apóstoles. —Y te dormiste tú, niño amigo..., y yo fui también otro Pedro dormilón.

     Jesús, solo y triste, sufría y empapaba la tierra con su sangre.

     De rodillas sobre el duro suelo, persevera en oración... Llora por ti... y por mí: le aplasta el peso de los pecados de los hombres.

     Pater, si vis, transfer calicem istum a me. —Padre, si quieres, haz que pase este cáliz de mí... Pero no se haga mi voluntad, sed tua fiat, sino la tuya. (Luc., XXII, 42.)

     Un Ángel del cielo le conforta. —Está Jesús en la agonía. —Continúa prolixius, más intensamente orando... —Se acerca a nosotros, que dormimos: levantaos, orad —nos repite—, para que no caigáis en la tentación. (Luc., XXII, 46.)

     Judas el traidor: un beso. —La espada de Pedro brilla en la noche. —Jesús habla: ¿como a un ladrón venís a buscarme? (Marc., XIV, 48.)

     Somos cobardes: le seguimos de lejos, pero despiertos y orando. —Oración... Oración...
 
Segundo misterio doloroso. Flagelación del Señor

     Habla Pilatos: Vosotros tenéis costumbre de que os suelte a uno por Pascua. ¿A quién dejamos libre, a Barrabás —ladrón, preso con otros por un homicidio— o a Jesús? (Math., XXVII,17.) Haz morir a éste y suelta a Barrabás, clama el pueblo incitado por sus príncipes. (Luc., XXIII, 18.)

     Habla Pilatos de nuevo: Entonces ¿qué haré de Jesús que se llama el Cristo? (Math., XXVII, 22.)

     —¡Crucifige eum! —¡Crucifícale! (Marc., XV, 14.)

     Pilatos, por tercera vez, les dice: Pues ¿qué mal ha hecho? Yo no hallo en él causa alguna de muerte. (Luc., XXIII, 22.)

     Aumentaba el clamor de la muchedumbre: ¡crucifícale, crucifícale! (Marc., XV, 14.)

     Y Pilatos, deseando contentar al pueblo, les suelta a Barrabás y ordena que azoten a Jesús.

     Atado a la columna. Lleno de llagas.

     Suena el golpear de las correas sobre su carne rota, sobre su carne sin mancilla, que padece por tu carne pecadora. —Más golpes. Más saña. Más aún... Es el colmo de la humana crueldad.

     Al cabo, rendidos, desatan a Jesús. —Y el cuerpo de Cristo se rinde también al dolor y cae, como un gusano, tronchado y medio muerto.

     Tú y yo no podemos hablar. —No hacen falta palabras. —Míralo, míralo... despacio.

     Después... ¿serás capaz de tener miedo a la expiación?
 
Tercer misterio doloroso. Coronación de espinas
 

     ¡Satisfecha queda el ansia de sufrir de nuestro Rey!

     —Llevan a mi Señor al patio del pretorio, y allí convocan a toda la cohorte. (Marc., XV, 16) —Los soldadotes brutales han desnudado sus carnes purísimas. —Con un trapo de púrpura, viejo y sucio, cubren a Jesús. —Una caña, por cetro, en su mano derecha...

     La corona de espinas, hincada a martillazos, le hace Rey de burlas... Ave Rex judæorum! —Dios te salve, Rey de los judíos. (Marc., XV, 18.) Y, a golpes, hieren su cabeza. Y le abofetean... y le escupen.

     Coronado de espinas y vestido con andrajos de púrpura, Jesús es mostrado al pueblo judío: Ecce homo! —Ved aquí al hombre. Y de nuevo los pontífices y sus ministros alzaron el grito diciendo: ¡crucifícale!, ¡crucifícale! (Joann., XIX, 5 y 6.)

     —Tú y yo, ¿no le habremos vuelto a coronar de espinas, y a abofetear, y a escupir?

     Ya no más, Jesús, ya no más... Y un propósito firme y concreto pone fin a estas diez Avemarías.
 
 Cuarto misterio doloroso. La Cruz a cuestas

      Con su Cruz a cuestas marcha hacia el Calvario, lugar que en hebreo se llama Gólgota. (Joann., XIX, 17.) —Y echan mano de un tal Simón, natural de Cirene, que viene de una granja, y le cargan la Cruz para que la lleve en pos de Jesús. (Luc., XXIII, 26.)

     Se ha cumplido aquello de Isaías (LIII, 12): cum sceleratis reputatus est, fue contado entre los malhechores: porque llevaron para hacerlos morir con El a otros dos, que eran ladrones. (Luc., XXIII, 32.)

     Si alguno quiere venir tras de mí... Niño amigo: estamos tristes, viviendo la Pasión de Nuestro Señor Jesús. —Mira con qué amor se abraza a la Cruz. —Aprende de El. —Jesús lleva Cruz por ti: tú, llévala por Jesús.

     Pero no lleves la Cruz arrastrando... Llévala a plomo, porque tu Cruz, así llevada, no será una Cruz cualquiera: será... la Santa Cruz. No te resignes con la Cruz. Resignación es palabra poco generosa. Quiere la Cruz. Cuando de verdad la quieras, tu Cruz será... una Cruz, sin Cruz.

     Y de seguro, como El, encontrarás a María en el camino.
 
 Quinto misterio doloroso. Muerte de Jesús
 

     Jesús Nazareno, Rey de los judíos, tiene dispuesto el trono triunfador. Tú y yo no lo vemos retorcerse, al ser enclavado: sufriendo cuanto se pueda sufrir, extiende sus brazos con gesto de Sacerdote Eterno.

     Los soldados toman las santas vestiduras y hacen cuatro partes. —Por no dividir la túnica, la sortean para ver de quién será. —Y así, una vez más, se cumple la Escritura que dice: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre ellos echaron suertes. (Joann., XIX, 23 y 24.)

     Ya está en lo alto... —Y, junto a su Hijo, al pie de la Cruz, Santa María... y María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Y Juan, el discípulo que El amaba. Ecce mater tua! —¡Ahí tienes a tu madre!: nos da a su Madre por Madre nuestra.

     Le ofrecen antes vino mezclado con hiel, y habiéndolo gustado, no lo tomó. (Math., XXVII, 34.)

     Ahora tiene sed... de amor, de almas.

     Consummatum est. —Todo está consumado. (Joann., XIX, 30.)

     Niño bobo, mira: todo esto..., todo lo ha sufrido por ti... y por mí. —¿No lloras?
 
Primer misterio glorioso. Resurrección del Señor
 

     Al caer la tarde del sábado, María Magdalena y María, madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar el cuerpo muerto de Jesús. —Muy de mañana, al otro día, llegan al sepulcro, salido ya el sol. (Marc., XVI, 1 y 2.) Y entrando, se quedan consternadas porque no hallan el cuerpo del Señor. —Un mancebo, cubierto de vestidura blanca, les dice: No temáis: sé que buscáis a Jesús Nazareno: non est hic, surrexit enim sicut dixit, —no esta aquí, porque ha resucitado, según predijo. (Math., XXVIII, 5.)

     ¡Ha resucitado! —Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro. —La Vida pudo más que la muerte.

     Se apareció a su Madre Santísima. —Se apareció a María de Magdala, que está loca de amor. —Y a Pedro y a los demás Apóstoles. —Y a ti y a mí, que somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué cosas le hemos dicho!

     Que nunca muramos por el pecado; que sea eterna nuestra resurrección espiritual. —Y, antes de terminar la decena, has besado tú las llagas de sus pies..., y yo más atrevido —por más niño— he puesto mis labios sobre su costado abierto.
 
 Segundo misterio glorioso. La Ascensión del Señor
 

      Adoctrina ahora el Maestro a sus discípulos: les ha abierto la inteligencia, para que entiendan las Escrituras y les toma por testigos de su vida y de sus milagros, de su pasión y muerte, y de la gloria de su resurrección. (Luc., XXIV, 45 y 48.)

     Después los lleva camino de Betania, levanta las manos y los bendice. —Y, mientras, se va separando de ellos y se eleva al cielo (Luc., XXIV, 50), hasta que le ocultó una nube. (Act., I, 9.)

     Se fue Jesús con el Padre. —Dos Angeles de blancas vestiduras se aproximan a nosotros y nos dicen: Varones de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? (Act., I, 11.)

     Pedro y los demás vuelven a Jerusalén —cum gaudio magno— con gran alegría. (Luc., XXIV, 52.) —Es justo que la Santa Humanidad de Cristo reciba el homenaje, la aclamación y adoración de todas las jerarquías de los Angeles y de todas las legiones de los bienaventurados de la Gloria.

     Pero, tú y yo sentimos la orfandad: estamos tristes, y vamos a consolarnos con María.
 
Tercer misterio glorioso. Pentecostés

      Había dicho el Señor: Yo rogaré al Padre, y os dará otro Paráclito, otro Consolador, para que permanezca con vosotros eternamente. (Joann., XIV, 16.) —Reunidos los discípulos todos juntos en un mismo lugar, de repente sobrevino del cielo un ruido como de viento impetuoso que invadió toda la casa donde se encontraban. —Al mismo tiempo, unas lenguas de fuego se repartieron y se asentaron sobre cada uno de ellos. (Act., II, 1-3.)

     Llenos del Espíritu Santo, como borrachos, estaban los Apóstoles. (Act., II, 13.)

     Y Pedro, a quien rodeaban los otros once, levantó la voz y habló. —Le oímos gente de cien países. —Cada uno le escucha en su lengua. —Tú y yo en la nuestra. —Nos habla de Cristo Jesús y del Espíritu Santo y del Padre.

     No le apedrean, ni le meten en la cárcel: se convierten y son bautizados tres mil, de los que oyeron.

     Tú y yo, después de ayudar a los Apóstoles en la administración de los bautismos, bendecimos a Dios Padre, por su Hijo Jesús, y nos sentimos también borrachos del Espíritu Santo.
 
 Cuarto misterio glorioso. Asunción de la Virgen
 

      Assumpta est Maria in clum: gaudent angeli! —María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Angeles se alegran!

     Así canta la Iglesia. —Y así, con ese clamor de regocijo, comenzamos la contemplación en esta decena del Santo Rosario:

     Se ha dormido la Madre de Dios. —Están alrededor de su lecho los doce Apóstoles. —Matías sustituyó a Judas.

     Y nosotros, por gracia que todos respetan, estamos a su lado también.

     Pero Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. —Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. —Tú y yo —niños, al fin— tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla.

     La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... —Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Angeles: ¿Quién es ésta?
 
 Quinto misterio glorioso. Coronación de la Virgen
 

      Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. —Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. —Veni: coronaberis. —Ven: serás coronada. (Cant., IV, 7, 12 y 8.)

     Si tú y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho también Reina y Señora de todo lo creado.

     Una gran señal apareció en el cielo: una mujer con corona de doce estrellas sobre su cabeza. —Vestido de sol. —La luna a sus pies. (Apoc., XII, 1.) María, Virgen sin mancilla, reparó la caída de Eva: y ha pisado, con su planta inmaculada, la cabeza del dragón infernal. Hija de Dios, Madre de Dios, Esposa de Dios.

     El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la coronan como Emperatriz que es del Universo.

     Y le rinden pleitesía de vasallos los Angeles..., y los patriarcas y los profetas y los Apóstoles..., y los mártires y los confesores y las vírgenes y todos los santos..., y todos los pecadores y tú y yo.
 
 Nota introductoria a los misterios de luz
 

El Santo Padre Juan Pablo II, en su Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, ha indicado que, por el carácter cristológico de esta devoción mariana, a los quince misterios tradicionales se añadan cinco nuevos misterios, que ha llamado "misterios de luz".

Comentarios a estos misterios no figuraban en el libro Santo Rosario, redactado en 1931, pero San Josemaría, a lo largo de toda su vida, los contempló y predicó con amor, como cada paso del Evangelio. Para facilitar a los lectores la meditación completa del Santo Rosario, se han tomado de los escritos del Fundador del Opus Dei algunos textos, entre muchos posibles, y se han reunido en este apéndice.

Seremos fieles al espíritu del autor de Santo Rosario si, cada vez que recemos los misterios de gozo, de luz, de dolor y de gloria, nos unimos a las intenciones del sucesor de Pedro, Obispo de Roma. Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!

Roma, 14 de febrero de 2003            + Javier Echevarría                Prelado del Opus Dei
 
Primer misterio de luz. El Bautismo del Señor
 

Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan [...]. Y una voz desde los cielos dijo: —Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido (Mt 3, 13.17).

En el Bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo.

La fuerza y el poder de Dios iluminan la faz de la tierra.

¡Haremos que arda el mundo, en las llamas del fuego que viniste a traer a la tierra!... Y la luz de tu verdad, Jesús nuestro, iluminará las inteligencias, en un día sin fin.

Yo te oigo clamar, Rey mío, con voz viva, que aún vibra: "ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?" —Y contesto —todo yo— con mis sentidos y mis potencias: "ecce ego: quia vocasti me!"

El Señor ha puesto en tu alma un sello indeleble, por medio del Bautismo: eres hijo de Dios.

Niño: ¿no te enciendes en deseos de hacer que todos le amen?

Fuentes:

Es Cristo que pasa, n. 128. Apuntes íntimos, n. 1741. Forja, nn .264, 300.
 
 Segundo misterio de luz. Las bodas de Caná
 

Entre tantos invitados de una de esas ruidosas bodas campesinas, a las que acuden personas de varios poblados, María advierte que falta el vino (cfr. Jn 2, 3). Se da cuenta Ella sola, y en seguida. ¡Qué familiares nos resultan las escenas de la vida de Cristo! Porque la grandeza de Dios convive con lo ordinario, con lo corriente. Es propio de una mujer, y de un ama de casa atenta, advertir un descuido, estar en esos detalles pequeños que hacen agradable la existencia humana: y así actuó María.

—Haced lo que Él os diga (Jn 2, 5).

Implete hydrias (Jn 2, 7), llenad las vasijas, y el milagro viene. Así, con esa sencillez. Todo ordinario. Aquellos cumplían su oficio. El agua estaba al alcance de la mano. Y es la primera manifestación de la Divinidad del Señor. Lo más vulgar se convierte en extraordinario, en sobrenatural, cuando tenemos la buena voluntad de atender a lo que Dios nos pide.

Quiero, Señor, abandonar el cuidado de todo lo mío en tus manos generosas. Nuestra Madre —¡tu Madre!— a estas horas, como en Caná, ha hecho sonar en tus oídos: ¡no tienen!...

Si nuestra fe es débil, acudamos a María. Por el milagro de las bodas de Caná, que Cristo realizó a ruegos de su Madre, creyeron en El sus discípulos (Jn 2, 11). Nuestra Madre intercede siempre ante su Hijo para que nos atienda y se nos muestre, de tal modo que podamos confesar: Tú eres el Hijo de Dios.

— ¡Dame, oh Jesús, esa fe, que de verdad deseo! Madre mía y Señora mía, María Santísima, ¡haz que yo crea!

Fuentes:

Es Cristo que pasa, n. 141. Carta 14-IX-1951, n. 23. Forja, n. 807. Amigos de Dios, n. 285. Forja, n. 235.
 
Tercer misterio de luz. El anuncio del Reino de Dios
 

 — El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15).

Toda la muchedumbre iba hacia Él, y les enseñaba (Mc 2, 13).

Jesús ve aquellas barcas en la orilla y se sube a una. ¡Con qué naturalidad se mete Jesús en la barca de cada uno de nosotros!

Cuando te acerques al Señor, piensa que está siempre muy cerca de ti, en ti: regnum Dei intra vos est (Lc 17, 21). Lo encontrarás en tu corazón.

Cristo debe reinar, antes que nada, en nuestra alma. Para que El reine en mí, necesito su gracia abundante: únicamente así hasta el último latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la sensación más elemental se traducirán en un hosanna a mi Cristo Rey.

Duc in altum. —¡Mar adentro! —Rechaza el pesimismo que te hace cobarde. Et laxate retia vestra in capturam —y echa tus redes para pescar.

Debemos confiar en esas palabras del Señor: meterse en la barca, empuñar los remos, izar las velas, y lanzarse a ese mar del mundo que Cristo nos entrega como heredad.

"Et regni ejus non erit finis". —¡Su Reino no tendrá fin!

— ¿No te da alegría trabajar por un reinado así?

Fuentes:

Apuntes de la predicación oral, 19-III-1960; 1-I-1973. Es Cristo que pasa, n. 181. Camino, n. 792. Es Cristo que pasa n. 159. Camino, n. 906.
 
Cuarto misterio de luz. La Transfiguración del Señor
 

 Y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz (Mt 17,2).

¡Jesús: verte, hablarte! ¡Permanecer así, contemplándote, abismado en la inmensidad de tu hermosura y no cesar nunca, nunca, en esa contemplación! ¡Oh, Cristo, quién te viera! ¡Quién te viera para quedar herido de amor a Ti!

Y una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; escuchadle (Mt 17, 5).

Señor nuestro, aquí nos tienes dispuestos a escuchar cuanto quieras decirnos. Háblanos; estamos atentos a tu voz. Que tu conversación, cayendo en nuestra alma, inflame nuestra voluntad para que se lance fervorosamente a obedecerte.

Vultum tuum, Domine, requiram (Sal 26, 8), buscaré, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegará el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no como en un espejo, y bajo imágenes oscuras... sino cara a cara (I Cor. 13, 12). Sí, mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo vendré y veré la faz de Dios? (Sal 41,3)

Fuentes:

Apuntes de la predicación oral, 4-VI-1937; 25-VII-1937; 25-XII-1973.
 
Quinto misterio de luz. La institución de la Eucaristía
 

La víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn 13,1).

Se hacía noche en el mundo, porque los viejos ritos, los antiguos signos de la misericordia infinita de Dios con la humanidad iban a realizarse plenamente, abriendo el camino a un verdadero amanecer: la nueva Pascua. La Eucaristía fue instituida durante la noche, preparando de antemano la mañana de la Resurrección.

Jesús se quedó en la Eucaristía por amor..., por ti.

—Se quedó, sabiendo cómo le recibirían los hombres... y cómo lo recibes tú.

—Se quedó, para que le comas, para que le visites y le cuentes tus cosas y, tratándolo en la oración junto al Sagrario y en la recepción del Sacramento, te enamores más cada día, y hagas que otras almas —¡muchas!— sigan igual camino.

Niño bueno: los amadores de la tierra ¡cómo besan las flores, la carta, el recuerdo del que aman!...

—Y tú, ¿podrás olvidarte alguna vez de que le tienes siempre a tu lado... ¡a Él!? —¿Te olvidarás... de que le puedes comer?

—¡Señor, que no vuelva a volar pegado a la tierra!, ¡que esté siempre iluminado por los rayos del divino Sol —Cristo— en la Eucaristía!, ¡que mi vuelo no se interrumpa hasta hallar el descanso de tu Corazón!

Fuentes:

Es Cristo que pasa, n. 155. Forja, nn. 887, 305, 39.
 
 Letanías
 

      Estalla ahora la letanía lauretana, siempre con esplendor de luz nueva y color y sentido distintos.

     Clamores al Señor, a Cristo; peticiones a cada una de las personas divinas, y a la Santísima Trinidad; piropos encendidos a Santa María: Madre de Cristo, Madre Inmaculada, Madre del Buen Consejo, Madre del Creador, Madre del Salvador..., Virgen prudentísima..., Asiento de la Sabiduría, Rosa mística, Torre de David, Arca de la Alianza, Estrella de la mañana..., Refugio de los pecadores, Consoladora de los afligidos, Auxilio de los cristianos...

     Y el reconocimiento de su reinado —Regina! —¡Reina!— y el de su mediación: Sub tuum præsidium confugimus, —bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios..., líbranos de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita.

     Ruega por nosotros, Reina del Santísimo Rosario, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
 
 
  Conclusión
 

     Amigo mío: te descubrí un punto mi secreto. A ti, con la ayuda de Dios, te toca descubrir el resto. Anímate. Sé fiel.

     Hazte pequeño. El Señor se esconde a los soberbios y manifiesta los tesoros de su gracia a los humildes.

     No temas si, al discurrir por tu cuenta, se te escapan afectos y palabras audaces y pueriles. Jesús lo quiere. María te anima. Si rezas el Rosario así, aprenderás a hacer oración buena.
 
 
San Josemaría Escrivá

San Josemaría Escrivá nace en 1902 en Barbastro, España. Es el segundo de seis hermanos. Aprende de sus padres y en la escuela los fundamentos de la fe e incorpora tempranamente a su vida costumbres cristianas como la confesión y la comunión frecuentes, el rezo del Rosario y la limosna. La muerte de tres hermanas pequeñas y la ruina económica familiar le hacen conocer muy pronto la desgracia y el dolor: esta experiencia templa su carácter, de un natural alegre y expansivo, y le hace madurar. En 1915 la familia se traslada a Logroño, donde su padre ha encontrado un nuevo trabajo.

En 1918, Josemaría intuye que Dios quiere algo de él, aunque no sabe qué es. Decide entregarse por entero a Dios y hacerse sacerdote. Piensa que de ese modo estará más disponible para cumplir la voluntad divina. Comienza los estudios eclesiásticos en Logroño, y en 1920 se incorpora al seminario diocesano de Zaragoza, en cuya Universidad Pontificia completa su formación previa al sacerdocio. En Zaragoza cursa también -por sugerencia de su padre y con permiso de los superiores- los estudios universitarios de Derecho. En 1925 recibe el sacramento del Orden y comienza a desarrollar su ministerio pastoral, con el que, a partir de entonces, se identifica su existencia. Ya sacerdote, sigue a la espera de la luz definitiva sobre lo que Dios quiere de él.

En 1927 se traslada a Madrid para obtener el doctorado en Derecho. Le acompañan su madre, su hermana y su hermano, pues desde el fallecimiento de su padre, en 1924, Josemaría es el cabeza de familia. En la capital de España lleva a cabo un intenso servicio sacerdotal, principalmente entre pobres, enfermos y niños. Al mismo tiempo, se gana la vida y mantiene a los suyos impartiendo clases de materias jurídicas.

Son tiempos de grandes apuros económicos, vividos por toda la familia con dignidad y buen ánimo. Su apostolado sacerdotal se extiende también a jóvenes estudiantes, artistas, obreros e intelectuales que, en contacto con los pobres y enfermos a los que Josemaría atiende, van aprendiendo a practicar la caridad y a comprometerse con sentido cristiano en la mejora de la sociedad.

En Madrid, el 2 de octubre de 1928, durante un retiro espiritual, Dios le hace ver la misión a la que lo ha destinado: ese día nace el Opus Dei. La misión específica del Opus Dei es promover entre hombres y mujeres de todos los ámbitos de la sociedad un compromiso personal de seguimiento de Cristo, de amor a Dios y al prójimo y de búsqueda de la santidad en la vida cotidiana. Desde 1928, Josemaría Escrivá se entrega en cuerpo y alma al cumplimiento de la misión fundacional que ha recibido, aunque no por eso se considera un innovador ni un reformador, pues está convencido de que Jesucristo es la eterna novedad y de que el Espíritu Santo rejuvenece continuamente la Iglesia, a cuyo servicio ha suscitado Dios el Opus Dei. En 1930, como consecuencia de una nueva luz que Dios enciende en su alma, da inicio al trabajo apostólico de las mujeres del Opus Dei. Josemaría Escrivá pondrá siempre a la mujer, como ciudadana y como cristiana, frente a su personal responsabilidad -ni mayor ni menor que la del varón- en la construcción de la sociedad civil y de la Iglesia.

En 1934 publica -con el título provisional de "Consideraciones espirituales"- la primera edición de "Camino", su obra más difundida, de la que con el paso de los años se han editado más de cuatro millones de ejemplares. En la literatura espiritual, Josemaría Escrivá también es conocido por otros títulos como "Santo Rosario", "Es Cristo que pasa", "Amigos de Dios", "Vía Crucis", "Surco" o "Forja". La guerra civil española (1936-1939) supondrá un serio obstáculo para la naciente fundación. Son años de sufrimiento para la Iglesia, marcados, en muchos casos, por la persecución religiosa, de la que el fundador del Opus Dei sólo después de numerosas penalidades conseguirá salir indemne.

En 1943, por una nueva gracia fundacional que Josemaría Escrivá recibe durante la celebración de la Misa, nace la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en la que se incardinan sacerdotes que proceden de los fieles laicos del Opus Dei. La plena pertenencia de fieles laicos y de sacerdotes al Opus Dei, así como la orgánica cooperación de unos y otros en sus apostolados, es un rasgo propio del carisma fundacional del Opus Dei que la Iglesia ha confirmado al determinar su específica configuración jurídica. La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz desarrolla también, en plena sintonía con los Pastores de las Iglesias locales, actividades de formación espiritual para sacerdotes diocesanos y candidatos al sacerdocio. Los sacerdotes diocesanos también pueden formar parte de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, sin dejar de pertenecer al clero de sus respectivas diócesis.

Consciente de que su misión tiene raíz y alcance universales, Josemaría Escrivá se traslada a Roma en 1946, apenas concluida la guerra mundial. Entre ese año y 1950, el Opus Dei recibe varias aprobaciones pontificias con las que quedan corroborados sus elementos fundacionales específicos: su finalidad sobrenatural, cifrada en difundir el mensaje cristiano de la santificación de la vida corriente; su misión de servicio al Romano Pontífice, a la Iglesia universal y a las Iglesias locales; su carácter universal; la secularidad; el respeto de la libertad y la responsabilidad personales y del pluralismo en temas políticos, sociales, culturales, etc. Desde Roma, por directo impulso del fundador, el Opus Dei irá extendiéndose paulatinamente a treinta países de los cinco continentes entre 1946 y 1975.

A partir de 1948 pueden pertenecer al Opus Dei, a pleno título, personas casadas que buscan la santidad en su propio estado. En 1950, la Santa Sede aprueba también que sean admitidos como cooperadores y ayuden en las labores del Opus Dei hombres y mujeres no católicos y no cristianos: ortodoxos, luteranos, hebreos, musulmanes, etc.

En la década de los 50, Josemaría Escrivá alienta la puesta en marcha de proyectos muy variados: escuelas de formación profesional, centros de capacitación para campesinos, universidades, colegios, hospitales y dispensarios médicos, etc. Estas actividades, fruto de la iniciativa de fieles cristianos corrientes que desean atender, con mentalidad laical y sentido profesional, las concretas necesidades de un determinado lugar, están abiertas a personas de todas las razas, religiones y condiciones sociales: la clara identidad cristiana de las iniciativas promovidas por los fieles del Opus Dei, en efecto, se compagina con un profundo respeto a la libertad de las conciencias.

Durante el Concilio Vaticano II (1962-1965), el fundador del Opus Dei mantiene una relación intensa y fraterna con numerosos Padres conciliares. Objeto de sus frecuentes conversaciones son algunos de los temas que constituyen el núcleo del magisterio conciliar, como por ejemplo la doctrina sobre la llamada universal a la santidad o sobre la función de los laicos en la misión de la Iglesia. Profundamente identificado con la doctrina del Vaticano II, Josemaría Escrivá promoverá diligentemente su puesta en práctica a través de las actividades formativas del Opus Dei en todo el mundo.

Entre 1970 y 1975, su empeño evangelizador le mueve a emprender viajes de catequesis por Europa y América. Mantiene numerosas reuniones de formación, sencillas y familiares -aun cuando a veces asisten miles de personas-, en las que habla de Dios, de los sacramentos, de las devociones cristianas, de la santificación del trabajo, con el mismo vigor espiritual y capacidad comunicativa de sus primeros años de sacerdocio.

Fallece en Roma el 26 de junio de 1975. Lloran su muerte miles de personas que se han acercado a Cristo y a la Iglesia gracias a su labor sacerdotal, a su ejemplo y a sus escritos. Un gran número de fieles se encomiendan desde ese día a su intercesión y piden su elevación a los altares.

El 6 de octubre de 2002, más de 400.000 personas asisten en la plaza de san Pedro a la canonización de Josemaría Escrivá. En la homilía, Juan Pablo II señaló que el nuevo santo comprendió más claramente que la misión de los bautizados consiste en elevar la Cruz de Cristo sobre toda realidad humana, y sintió surgir de su interior la apasionante llamada a evangelizar todos los ambientes.

El Papa animó a los peregrinos llegados desde los cinco continentes a seguir sus huellas. "Difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu".
 
El Opus Dei

El Opus Dei fue fundado en Madrid, España, el 2 de octubre de 1928 por san Josemaría Escrivá de Balaguer. En 1982, el Papa Juan Pablo II lo erigió en prelatura personal de ámbito internacional mediante la Constitución Apostólica Ut sit. Su nombre completo es Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei.

Las prelaturas personales son figuras jurídicas, previstas por el Concilio Vaticano II, que se constituyen para llevar a cabo peculiares tareas apostólicas: en el caso del Opus Dei, para difundir en todos los ambientes de la sociedad una profunda toma de conciencia de la llamada universal a la santidad y al apostolado, y más concretamente del valor santificador del trabajo ordinario.

"Realmente es un gran ideal el vuestro -decía el Papa Juan Pablo II en 1979-, que desde los comienzos se ha anticipado a la teología del laicado, que caracterizó después a la Iglesia del Concilio y del posconcilio. Tal es el mensaje y la espiritualidad del Opus Dei: vivir unidos a Dios en medio del mundo, en cualquier situación, cada uno luchando para ser mejor con la ayuda de la gracia, y dando a conocer a Jesucristo con el testimonio de la propia vida".
En la actualidad, pertenecen a la prelatura más de 84.000 personas, sacerdotes y laicos, de los cinco continentes.
 
Fundación Studium

La Fundación Studium se constituyó en Madrid el 6 de abril de 2000. Sus fines son: promover "la edición y divulgación sin ánimo de lucro de toda clase de obras literarias que contribuyan a la formación humana y cristiana de las personas, así como promover o participar en actividades de tipo cultural que tengan el mismo carácter de formación o divulgación de valores humanos o espirituales".

Desde enero de 2001, esta Fundación gestiona los derechos fuera de España, en todos los idiomas, de las obras de san Josemaría y de otros libros. Tiene su domicilio en Vitruvio, 3 - 28006 Madrid (info@studium-foundation.org). El presidente del Patronato es José Luis Cebrián Boné, y el secretario es Ignacio Barrera Rodríguez.