Santa Misa

Querida María:

Como con muchas otras cosas, nos diste un ejemplo constante, asistiendo diariamente a la Santa Misa, solías ir a la Iglesia de San Jacinto, en la calle Pagés del Corro, la llevaban los Dominicos, ese ilustre burgalés , Santo Domingo de Guzmán.

Casi siempre ibas a misa a las ocho de la mañana, para después ir a la facultad, si no te daba tiempo porque las clases eran más temprano o porque tenías algún examen, ibas después a la tarde a la misa de ocho en los Dominicos o bien a la iglesia que llevan los Padres Paules en la misma calle Pagés del Corro.

Como te gustaba pasear, sobre todo aquellos días en que el estudio te llevaba a estar muchas horas sentada, solías alternar e ibas a la misa que celebraban los Padres Carmelitas en la tarde. Desde casa, por la calle Ruiseñor, salías a San Jacinto y por el Altozano atravesando el puente de Triana ibas a la calle Rioja, a la iglesia del Santo Ángel.

He dicho que nos diste ejemplo, porque no fallabas nunca, para ti la Iglesia, como decía aquella hoja parroquial que tenías, era , es nuestra casa, la casa de la comunidad cristiana, la casa de la familia de los hijos de Dios, y no lo considerabas así por el tipo de edificio, más grande o más pequeño, más rico o más pobre, más antiguo o más moderno. No es por eso. Es porque, es nuestra casa, la casa de la iglesia, porque aquí nos reunimos nosotros, con Jesucristo, convocados por Él. Nos lo dice Él mismo en el evangelio: Él es el único templo, Él es quien nos acerca a Dios -es Dios mismo-, Él es la presencia de Dios entre nosotros.

Por eso ibas a la iglesia, a tu casa, a nuestra casa, para estar con Jesús, para escucharle, para alimentarte de su vida.

Pero además de la casa , que para ti era la Iglesia , sabías apreciar lo que allí ocurría: en cada misa se renovaba incruentamente el sacrificio de la cruz. Es lo mas importante que se puede hacer en el día. No faltabas nunca.

En la Misa: cuidabas la puntualidad, las posturas, el vestir, te esmerabas en la atención constante, pendiente de las palabras y gestos del sacerdote, que es Cristo en el altar.

En el ofertorio sabías poner en la patena: tus estudios, el esfuerzo diario, tus ilusiones, alegrías y tristezas, todo lo ponías en la presencia de Dios, ofreciendo entre otras cosas tu vida.

Pedías fe, más fe, como los apóstoles, al llegar el momento clave de la consagración. Qué sentimientos cuando el sacerdote decía actuando en la persona de Cristo: "Tomad y comed ...Tomad y bebed todos de Él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre que será derramada por vosotros y por todos los hombres para remisión de los pecados ...Qué dolor pensar en nuestros pecados, y en los pecados del mundo, Jesucristo nos dice que su sangre ha sido derramada por nosotros, por unos y por otros, por todos, que todos somos hijos de un mismo Padre que está en los cielos.

Y en la comunión que jamás dejaste de recibir, repetías si la mujer hemorroisa se curó con solo tocar el manto del Señor, qué hubiera sido de mí si hubiera aprovechado las comuniones recibidas, ya que no es el manto lo que toco, sino que es al mismo Dios al que recibo.

Con el rezo del padrenuestro, recordabas las palabras de aquel anciano sacerdote que en la Iglesia del Rocío en el Porvenir, nos dijo que tuviéramos presente siempre que al rezar el padrenuestro, lo hacíamos con toda la cristiandad que rezaba en esos momentos, y que tuviéramos por seguro que, algún bien concreto había ocurrido en el mundo con nuestra oración.

Tu Misa fue casi lo último que hiciste, aquel dos de octubre pasado, Misa vespertina en la Iglesia del Santo Ángel de los Carmelitas, luego: la acción de gracias, Belén Truán, nuestro encuentro en casa y ...Pronto nos veremos, besos.