¿Morir a sí mismo?

 

Sería por la década de los 70, cuando mi padre y Luis Echarri, amigo que también lo fue de mi hermano Eduardo, paseando por Alfaro, pueblecito de la provincia de Logroño, hablaban de la entrega, de esa que produce la felicidad verdadera, no de una entrega cualquiera a no se sabe quien, sino de la entrega total al dueño de nuestra vidas, a Dios.

 

Francisca Javiera del Valle dice que: “¿cómo es que llevando esta vida (se refiere a las personas que hacen oración, se mortifican, visitan a los enfermos, se compadecen de todo el que sufre, comulgan con fervor, oyen la Santa Misa con devoción, etc.) no logran la santificación de sus almas?

 

Es porque les falta poner por obra lo principal que hay que practicar para conseguir la santidad. La santidad se adquiere muriendo uno a sí mismo en todo, y esta muerte se adquiere con la mortificación de las pasiones, de los sentidos y de los apetitos, esto en lo que toca al cuerpo; en lo que toca al alma, haciendo porque muera la propia voluntad, el juicio propio y la vanidad, y los apetitos del alma.

 

(...) Difícil cosa para nosotros, pero es muy fácil con la gran ayuda que tenemos del Espíritu Santo, el santificador. Sin Él ni tenemos nada ni podemos nada; con Él lo tenemos todo y lo podemos todo.

 

D. Antonio Fuentes dice hablando de Santa Teresa: “¡Pero cómo le costó darse del todo!” Más tarde, refiriéndose a la fortaleza que se precisa para iniciar el camino de la santidad, escribe; <<Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniera, suceda lo que sucediere, trabajase lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino, no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo>>

 

Si no hemos tomado la determinación de la entrega, hemos errado el camino de la santidad, el camino de la felicidad “en la tierra” pasa por la decisión de la entrega de lo que se tiene y de lo que se es, mientras esta falte no tenemos lo esencial, porque Dios Espíritu Santo que actúa en nosotros no lo hace sin nuestro consentimiento, hará que avancemos pero menos, mucho menos.

 

Teresa de Lisieux dijo: “Desde que nunca me busco, llevo la vida más dichosa que se puede encontrar”, y el Beato José María en Camino dijo: “Me dices que sí, que quieres. —Bien, pero ¿quieres como un avaro quiere su oro, como una madre quiere a su hijo, como un ambicioso quiere los honores o como un pobrecito sensual su placer? ¿No? Entonces no quieres.”

 

Todo lo expuesto no son florituras mentales, está en la base de nuestras creencias, fue Jesucristo, Dios mismo quien ha dicho: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo...” (Mt 16, Mc 8 y Lu 9)