Durante
la jornada damos importancia a mil asuntos diferentes, pero no valoramos lo
suficiente la Misa diaria, por lo que la vivimos de una manera rutinaria o,
simplemente, no acudimos a ella, desconocedores del valor que encierra.
De
la Santa Misa se pueden considerar varios aspectos, pero me gustaría fijarme
en uno que nos ayude a vivir la Eucaristía de una forma diferente, que aleje
la monotonía de nuestro encuentro diario con el Señor: el aspecto sacrificial
de la misma.
La
Misa renueva, de manera incruenta, el sacrificio de Cristo en la cruz: acudir
a Misa es lo mismo que estar en el Calvario en el momento en que Jesús ofrece
su vida. La Santa Misa es el mismo sacrificio que él da la cruz, pues en ella
se está ofreciendo a Dios-Padre la misma víctima: Jesucristo. En cada
Eucaristía, Jesús ofrece, en forma de pan, el mismo cuerpo que entregó en
la cruz y, en forma de vino, la misma sangre que derramó en el Calvario.
Luego,
al participar en la Misa, es imprescindible que seamos conscientes de donde
estamos: acompañando a Jesús en su sacrificio salvador. Pero, ¿por quiénes
se sacrifica? Nos lo dice Él muy claramente
durante la Ultima Cena, cuando muestra a los apóstoles un pedazo de pan y les
dice: “ esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros” (Lc 22, 19).
El
Señor insiste en la misma idea cuando, a continuación, muestra a
los doce el cáliz lleno de vino, y les dice: “esta es mi sangre,
(…), que será derramada por todos…”.
Pero, ¿para qué lo hizo? ¿qué necesidad tengo
yo de que el Hijo de Dios se ofrezca por mí? Fijaos en el final de la frase:
“…será derramada por todos para
el perdón de los pecados”
(Mt, 26, 28).
Si
nos fijamos profundamente en su contenido, nos daremos cuenta de que en cada
Misa se renueva el sacrificio redentor de Cristo, el sacrificio en el que Él
consigue el perdón de nuestros pecados, de los tuyos y de los míos, los del
mundo entero. Y no hay otra cosa más importante que esa: que Dios perdone
nuestros pecados, porque ello nos va a permitir poder mostrarnos sin mancha
ante el Padre y ser eternamente felices con Él en el cielo.
Los
bienes espirituales tienen mucha más importancia que los materiales; no hay
nada más que fijarse en el episodio del paralítico de Cafarnaún,
cuando Jesús, al ver los padecimientos de aquel pobre hombre, lo
primero que
hace, antes
de curarlo, es decirle: "Hijo, ten confianza. Tus pecados te quedan
perdonados." (Mt.9, 2),,
sólo después es cuando soluciona su mal material.
Sabemos
lo que ocurre en cada Misa y tal vez no lo valoramos, porque nos hemos ido acostumbrado
a ello. Por eso es importante vivir cada misa como si fuera la única, siendo
conscientes de Cristo Jesús nos alcanza en ella el perdón de nuestros
pecados, de todos, los pequeños y los grandes. Jesús lo dijo en el momento
de su sacrificio en la cruz: "Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc
23,31). ¿Conocemos mayor bien que este, que Dios perdone los pecados que
cometemos?
Hemos
de ser conscientes de que Dios perdona todo, incluso nuestros pecados de
pensamiento más íntimos. Y además, no pone condición alguna para el perdón:
Dios perdona siempre, aunque no estemos arrepentidos. Lo que sí ocurre es que
para que ese perdón sea efectivo, hace falta que lo queramos recibir, es
decir, es preciso que estemos arrepentidos, ya que si no, el perdón no
llega a nosotros, no porque Dios no nos perdone, sino porque nosotros nos
negamos a recibir su perdón, ya que nos cerramos al arrepentimiento.
Igualmente,
para los no católicos, los no cristianos (budistas, mahometanos, hinduistas,
judíos…) e incluso para los no creyentes, el perdón de Dios también les
llega gracias a los méritos del sacrificio redentor de Cristo, que ofreció
su vida por todos
los hombres. Dios en su misericordia, les hace llegar su perdón por cauces
que son desconocidos para nosotros.
Si
esto es así, si Dios perdona mis pecados, Si esa acción la renueva en cada
Misa. ¡Cómo dejar la Misa diaria! ¡Cómo no estar muy pendientes al asistir
a ella! ¡Cómo no darnos cuenta de que es lo más importante que podemos
hacer durante el día! El
perdón de Dios a los hombres se realiza en ella. Amemos la Santa Misa a lo
largo del día y durante toda la vida, que nunca dejemos de tener en cuenta
esta realidad tan maravillosa, que no nos acostumbremos, que la preparemos,
que la busquemos.
Naturalmente
que la Santa Misa tiene otros fines que aquí no he detallado, lo dejaré para
otra ocasión, aquí me he fijado nada más que en su finalidad expiatoria:
Dios nos consigue el perdón