Querida María: Voy a reflejar el famoso escrito que tu aitona dedicó a “Santa María kalea”. 


 

Es una calle chiquita

en la que apenas si caben

docena y media de casas

de tres plantas de levante,

que en conjunto albergarán

unos cientos de habitantes.

 

Es una calle en declive,

que en la Plaza Mayor nace,

en donde tienen su origen

las viejas rúas radiales.

 

Es una calle modesta,

con pocos escaparates,

sin comercios ostentosos

ni llamativos portales:

sin blasones en fachadas

ni miradores volantes:

una calle en la que habita

ciudadanía “currante”:

jornaleros y empleados,

tenderos y menestrales,

amas de casa que cuidan 

con esmero sus hogares:

viudas cargadas de penas,

solteras, mozos, chavales ..

¿Y, presidiendo la escena,

una alpalgata gigante,

todo un símbolo alusivo

al sufrido paisanaje!

 

“Santa María es su nombre

en paladino romance:

“Santa María kalea”,

en nuestra lengua entrañable.

 

Desde hace algunos años

los “oriundos” de la calle

celebramos nuestra fiesta,

en común, a nuestro aire,

alrededor de una mesa

con sustanciosos manjares.

 

Y es que siendo renterianos

-condición bien estimable-

un nexo más singular 

vincula a “los de la calle”:

Por eso de haber nacido 

en aledaños parajes:

Por haber crecido juntos 

soñando bellos afanes

(y haber jugado “acanicas”

en la “erreka” de desagüe):

O por haber convivido

en recintos familiares

contiguos o superpuestos

_humildes,inolvidables-

que aún nos traen ecos

de la voz de nuestros padres ...

 

Es una cita gozosa:

“Kalebatekos” cabales

vuelven a verse las caras

y recuerdan viejos lances.

 

Casi todos peinan canas

-lacios restos capilares-:

Algunos ostentan calvas

..Como paisajes lunares.

Y los hay de buena facha

..En función de sus edades.

 

                                                          

¡La alegría del encuentro

torna los rostros radiantes!

La memoria se reaviva:

Brotan nostalgias dispares,

surgen recuerdos lejanos

y sucedidos distantes,

mientras nos “cala”, sutil,

la magia de “nuestra calle”.

 

Se cuentan y no se acaban 

rancias historias banales,

y platican largamente

los Ecenarro y Landache,

Alchu, Hospitalet, Iceta, 

Salaverrías y Larre,

Múgica, Otegui, Zubía,

Olascoaga, y Garayalde,

Marín, Adúriz, Barrera,

y otros varios circunstantes.

 

Y saltan a la palestra,

al conjuro de “la calle”,

nombres de “kalebatekos”

que no pudieron sumarse:

Y se citan los Retegui,

Michelena, Pozo, Ibáñez,

Gil, Elícegui, Basurto,

Alzugaray y Fernández,

Urigoitia y Jiménez,

Brusin, Urcola, Lasarte,

los Herrera y Oyárzabal,

Y Alonsos y Villareales

(y más y más convecinos

que se escapan al detalle)

 

Esta fue la croniquilla,

chapucera, de un mal vate,

que quiso dejar constancia

-llanamente, sin alardes,

del “tirón sentimental”

de la calle en que se nace,

en que se arraiga de veras

o en que murieron los padres.

 

El cronista vive ausente,

hace tiempo, de sus lares,

y al pueblo retornará

en las fiestas patronales.

 

Antes de ir a la ermita,

para “escoltar” a “Madalen”,

recorrerá, en silencio

“Santa María”, su calle.

 

Rumiará tiempos pasados,

dichas y calamidades:

Y sentirá, de seguro,

que se le erizan las carnes,

notando que allí perduran

permanentes sus anclajes.

 

Luego, al doblar la calzada,

en la esquina de “Kanthale”,

elevará una plegaria

por“los muertos de su calle”.
 
 

Jesús Los Santos Garayalde