Mi padre en Ocopa, Perú

 

Mis padres siempre han tenido encuentros entrañables con los Franciscanos; en Jerusalén, en Belén, en Nazaret, en el Monte Tabor, en Cafarnaún, sobre el Monte Carmelo, en Cracovia, en Kalvaria, en Asís y otros lugares; pero donde brilla más el recuerdo es en Perú, Arequipa, Cajamarca y cómo no en Concepción, cerca de Huancayo, en Ocopa.

 

Allí mi padre se albergó unos días, creo que fue por el año 1981, después de que mamá  con todos mis hermanos, a excepción de Blanca, que aún no había nacido, regresásemos a España. 

 

Desde Ocopa se atiende la misión de Satípo, ya en el Amazonas. Los Franciscanos están en Perú desde siempre, la labor realizada es indescriptible; en la Iglesia Católica nunca se ha presumido, pero si se contase toda la realidad, nadie se la podría imaginar.

 

Mi padre me habló de los días plácidos que pasó con aquellos hombres piadosos a la sombra de esos eucaliptos gigantescos, la oración en aquella capilla-biblioteca, que debe ser la más antigua de Sudamérica, la Santa Misa y la oración en aquella Iglesia tan extraordinaria, la amistad cordial con que le trataron, su conversación y simplicidad, ejercieron tal influencia en su sensibilidad y se grabaron con tal fuerza en su corazón que no sé lo que daría por abrazarles de nuevo.

 

¡Cuán impíos son aquellos que hablan mal de los misioneros! ¿Se olvidan de los beneficios que han hecho a la humanidad? La civilización americana, ¿no está llena de recuerdos del celo que desplegaron en la predicación del Evangelio? Su valor, su abnegación, su constancia, dieron a sus trabajos apostólicos un carácter de heroísmo que sólo pueden negarlo aquellos que los juzgan con prejuicio o que los desconocen por ignorancia.

 

Mi padre no era lógicamente conocido por esos religiosos; sin embargo, cuenta que lo recibieron como a un antiguo amigo: pusieron a su disposición un cuarto con cama, y comida; dice que les contó sus penas, después dice le trataron con tanto cariño, esos buenos religiosos, que cuenta que cuan agradable pasaron después las horas.

 

Mi padre sufrió terriblemente por aquella época, cuenta que al regresar nosotros a España, fue tal su dolor que sólo lo pudo soportar, con el rosario en la mano, como si estuviera de la mano de la Virgen, y rezando sin parar hizo los mil cien kilómetros de regreso. La verdad es que mi padre, aunque dice que la época más feliz de su vida la pasó en Perú, creo que también ha sido la más dolorosa.