Estudio-Trabajo

Querida María:

Quiero detenerme hoy, en tu estudio, en tu trabajo.

Recuerdo que siempre tenías un horario que cumplías puntualmente, tanto para iniciarlo como para finalizarlo.

Fueron muchos años, muchos días cada año, muchas horas. Siempre con intensidad.

Pocas veces te quejaste, ni un lamento, nunca mala cara, día tras día, con esfuerzo silencioso y ofrecido.

Ofrecías cada día de tu vida por la persona e intenciones de alguien, unas veces familiares: tu madre, hermanos, primos, etc., otras amigos y seres queridos, otras por desconocidos que necesitaban ayuda.

Sobre tu mesa de trabajo siempre tenías un crucifijo , para facilitar la presencia de Dios y ofrecer el esfuerzo, también para sobrenaturalizar todo momento: cansancio, sueño, desánimo, aburrimiento, etc.

Conocías el valor del sacrificio escondido y silencioso.

Apenas te faltaban dos meses para acabar la carrera de farmacia. Una visión terrena, puramente materialista de la vida, haría pensar en años de esfuerzo inservibles, en días negros, en horas amargas, sin sentido, estudio y trabajo inútil, una vida perdida. Qué lejos de la realidad están los que piensan así.

Ahora pienso que estabas convencida de que el estudio, como todo trabajo honesto, sólo vale lo que vale para Dios. Triste del que trabaja o se esfuerza sólo de cara a los hombres.

Tu trabajo y estudio sirvió, y sirvió mucho, muchísimo; nos diste ejemplo, sufriste por muchos, reparaste por nosotros, imitaste a Jesús durante los treinta años de trabajo, sin mérito aparente como carpintero en Nazaret , acompañaste a Cristo en el Calvario, y lloraste sobre tu mesa de estudio, como la Virgen lo hizo al pie de la cruz. Gracias, María.