“Creced y multiplicaos” (Gén. 1,28)

 

Tissot, reproduce un manuscrito anónimo que recibió e hizo público en el año 1894, y que, entre otras cosas, dice, comentando, esta frase de la Biblia, las palabras no son textuales aunque sí la idea:

 

“Nadie vive aislado en este mundo, cuando Dios estableció las leyes de la vida, no proclamó sólo la ley de un crecimiento individual, sino que proclamó la ley de su multiplicación social: “Creced y multiplicaos.“

 

En virtud de esta ley el individuo tiene el poder y el deber de desarrollarse. Este privilegio de crecer y multiplicarse, que se realiza desde el primer punto de partida de toda vida humana, se aplica a toda propagación de vida natural y sobrenatural. Y de hecho Dios, no ha querido las relaciones humanas sino con la mira de la multiplicación de la vida.

 

Dios pudo reservarse ser, Él solo, autor de la vida; pero ha querido asociar al hombre al poder de su bondad. Yo puedo dar la vida, es más, debo dar la vida, tenemos la obligación de engendrar si es la voluntad de Dios, pero sólo dentro del matrimonio cuando esa sea nuestra vocación; fijémonos que esa orden se la dio a nuestros primeros padres, Adán y Eva, primer matrimonio de nuestra historia, engendrar y educar nuevos hijos para Dios: ”multiplicaos y creced”.

 

Puedo, con socorros materiales y cuidados corporales, favorecer la vida física; puedo, por medio de consejos, alientos y ejemplos, etc., ejercer una influencia moral; puedo con palabras, enseñanzas y escritos dilatar la vida de la verdad en las inteligencias; puedo, con todo el movimiento de mi actividad atraer al bien, educar y santificar a todos los que están a mi alrededor.

 

Más todavía, en virtud de la comunión de los santos, puedo hacer llegar la eficacia de mis oraciones y de mis sacrificios a todos los miembros del cuerpo de la Iglesia, del cual formo parte; puedo de esta manera se útil a los justos y a los pecadores, a los vivos y a los difuntos; Dios me ha dado este poder inmenso de extender la vida por todas partes para su gloria.

 

¿Sabré comprender mi poder y cumplir mi deber? ¡Qué gran campo tengo abierto a mi abnegación cuando pienso que Dios aprecia como hecho a Él mismo cuanto hacemos por el más pequeño de los suyos (Mat. 25,40), y que el menor servicio prestado a éstos, sólo un vaso de agua fría, tiene ante los ojos de Dios un valor eterno! (Mat. 10,42).

 

Es un honor divino comunicar la vida, y es también un vínculo humano. Estoy ligado a todos aquellos a quienes doy, y a todos aquellos de quienes recibo; ligado por los mismos lazos de la vida. Hemos sido hechos los unos por los otros y vivimos los unos con los otros, habiendo en mí algo de los demás y en los demás algo mío: este algo de los demás que hay en mí es su vida; ese algo mío que hay en ellos es mi vida. Nuestras vidas se compenetran mutuamente y se identifican más o menos según sea más o menos lo que se reciba y lo que se dé. Lo que yo recibo de mis padres, de mis amigos, de todos los que ejercen sobre mí una influencia vital, es como una parte de mi vida que se coordina en mi vida; lo que doy a aquellos por quienes me sacrifico es como una parte de mi vida que se coordina en ellos.