Amor-Hogar

Querida María:

Enamorada, sí, estabas muy enamorada. No sólo querías, sino que querías querer, que eso es lo más puro del amor, voluntad de querer. Siendo fiel a ese amor limpio y noble.

Sabías que si sólo se contempla lo sensible, lo aparente, lo temporal, puede brotar un amor sensitivo, que, como todo lo de semejante índole, está destinado a agotarse. En cambio, cuando se descubre el bien y la belleza personal, entonces puede brotar un amor duradero, fiel hasta la muerte.

Conocías que la razón de ser del noviazgo es la necesidad de conocerse y aprender a quererse de un modo muy personal, es decir, eminentemente espiritual, de modo que cuando llegue la plena donación matrimonial no se reduzca el amor a un episodio pasajero.

Te dabas cuenta que, aprender a quererse, significaba ejercitarse a ver más allá de las apariencias, a descubrir lo invisible en la mente y en el corazón del otro, el valor inmenso de la persona, ejercitarse en el sacrificio gustoso por ella.

Estabas convencida que cuanto mejor se ve el valor de la persona, tanto más se le puede querer. Por eso la Fe es un gran medio para encender el amor verdadero, porque ilumina prodigiosamente el valor de la persona. La Fe nos sitúa de algún modo en los ojos de Dios. Y Dios todo lo ve bajo la luz del Amor infinito que es Él. Por eso la unión con Dios es el mejor, más aún, el único camino para amar recta y plenamente a toda criatura.

Tenías una ilusión muy grande en formar un hogar, pedías desde ahora que nunca se te olvidase, ni a ti ni a él, vuestra dignidad de hijos de Dios, pidiendo la fuerza invencible que da el sacramento del matrimonio, fundado en un compromiso divino , puesto que es Dios quien une indisolublemente a los que se casan.

Y te preparabas, para ese hogar en el que reine: la armonía, la comprensión ante gustos y opiniones diferentes, el cariño mutuo, la entrega, la donación sin límites, sabedora de que los defectos de los que con nosotros conviven -mientras no sean una ofensa a Dios- se deben de soportar, es más, se deben de amar.

Luminoso y alegre, así querías tu hogar, donde no cabe la amargura, la desesperanza, la desilusión. Qué grabada se te quedó la expresión: "el hogar es el único sitio donde a uno siempre le esperan".

Pero ese hogar que deseabas no lo conseguiste aquí, has obtenido uno mucho mejor, porque Dios da a quienes han querido ser sus hijos, su propia Familia: la que es el mismo Dios Uno y Trino, la que ha constituido con los que ya son sus hijos.